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Pensábamos que te habías marchado. Que nos dejabas. Que te jubilabas y te retirabas a tus cuarteles de invierno al ver que la nave del Ortega surcaba firme su singladura. Pero es un mal sueño.
Estás en tu aula con los alumnos que confían en ti, te buscan en tu despacho para plantearte sus problemas y tú les escuchas con paciencia, cariño y respeto. Nunca les defraudas.
Hablas con los chicos y les invitas a entrar en clase, les llamas por su nombre y nunca les falta una palabra de aliento.
Dedicas las tardes a que vengan al Instituto los que hacen deporte, los que necesitan apoyo, los padres y las madres a sentir tu cercanía.
Nos alegras las mañanas en el café, cuando hablas de tu vida, de tus viajes, de tu experiencia, y lo haces con humor, deleitándonos con tu risa.
Nunca falta un hola, un chiste, una imagen, una palabra, un proyecto. Nos mantienes la ilusión, nos la regalas.
Te vemos amar la enseñanza y nos enseñas a amarla.
Mañana te esperamos a primera hora porque tenemos que seguir adelante.

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